lunes, 6 de octubre de 2008

HOMILIA DEL ARZOBISPO DE CÓRDOBA


Homilía en la fiesta de la Santísima Virgen
Queridos hermanos y hermanas:
Como todos los años en este primer domingo de octubre honramos a la Patrona de nuestra Arquidiócesis, la Santísima Virgen María Nuestra Señora del Rosario del Milagro; estamos acompañamos con devoción y cariño su imagen por las calles de Córdoba, y ahora celebramos la Eucaristía en su honor. Este año, en el marco del camino pastoral que venimos recorriendo, hemos querido poner de relieve que las distintas comunidades y parroquias de la ciudad y del interior formamos esta porción de la Iglesia de Jesucristo -la arquidiócesis de Córdoba- que mira a la Virgen María como a su Madre y Protectora. En sus diversas advocaciones e imágenes -algunas de las cuales nos acompañan en esta fiesta- es la misma y única Madre del Señor a cuyo cuidado Él nos confió sobre la cruz: "Mujer, ahí tienes a tu hijo..." La Iglesia ha visto siempre en la persona del apóstol san Juan, a todos los discípulos de Jesús de todos los tiempos y lugares, por eso las palabras del Señor pueden entenderse con seguridad también de este modo: "Mujer, ahí tienes a tus hijos..."

Pero la Santísima Virgen no es sólo Madre y Protectora nuestra. Es también el modelo, el espejo en donde la Iglesia se mira para verificar la calidad de su respuesta y de su fidelidad al Señor. María Santísima, modelo y espejo de la Iglesia , acompaña a la misma especialmente desde los momentos previos a su manifestación a todo el mundo en Pentecostés.

Los discípulos de Jesús, todavía conmocionados por los acontecimientos de la pasión y de la muerte del Señor, se ven desbordados también por la alegre y desconcertante noticia de la resurrección del Señor. María Santísima, por su parte, los congrega, los acompaña, los reúne, los alienta, ora con ellos y por ellos, pidiendo la gracia de la efusión del Espíritu Santo.

María Santísima comparte con los discípulos el gozo intenso de la comunicación del Espíritu que enseña a los discípulos del Señor el sentido de sus gestos y de sus palabras, se las recuerda permanentemente y los alienta a ir por todo el mundo llevando la buena noticia de la salvación, de la paz y la amistad que Dios ofrece y quiere regalar a toda persona que le abra su corazón.

Como Iglesia que está en Córdoba, mirándonos en ese sublime espejo, queremos reunirnos hoy para que María ore con nosotros y por nosotros. Con nosotros que como los discípulos de Jesús antes de Pentecostés nos sentimos desconcertados, desbordados por el impacto que significa el cambio de época que estamos transitando, que nos conmueve y nos deja muchas veces con una sensación de desorientación y desamparo. Sensación que por momentos se agiganta al contemplar lo que sucede en los complejos escenarios actuales tanto del mundo entero como de nuestra Patria.

Con nuestra Madre pedimos el don del Espíritu Santo para que nos ayude a comprender más profundamente lo que Jesús nos dijo, nos asegure de la verdad de su Palabra sobre todo cuando nos sentimos confundidos o tentados de dudar de ella y nos la recuerde cuando nos sentimos tentados de acallarla u ocultarla.

Como María alienta a los discípulos de Jesús a salir a la misión, hoy quiere animarnos para que seamos misioneros humildes y entusiastas al comienzo de este milenio y de este nuevo siglo. En ese espíritu, queriendo ser de veras discípulos y misioneros, hemos procurado en este año salir con Jesús, acortar distancias y encontrarnos con todos los hermanos que el Señor pone en nuestro camino, especialmente con nuestros hermanos más jóvenes.

Preparando y celebrando la primera sesión de la Jornada Pastoral en las 18 zonas de nuestra Arquidiócesis hemos procurado escucharlos en sus preocupaciones, inquietudes, anhelos y búsquedas, hemos reflexionado junto con ellos sobre los desafíos que deben afrontar y sobre cómo proponer a todos los jóvenes el mensaje de Jesús, mensaje generador de luz y portador de esperanza. Seguimos en ese empeño y queremos dedicar la segunda sesión, que se realizará el próximo 25 de octubre, a profundizar el discernimiento en orden a encontrar caminos para un adecuado trabajo pastoral con los jóvenes y en favor de ellos.

Queremos abordar con ilusión, más aún, con verdadera esperanza el anuncio del evangelio a los jóvenes convencidos que su adhesión y su presencia en nuestras comunidades las enriquecerá, renovará y rejuvenecerá.

Nuestra esperanza tiene, por una parte, un sólido fundamento: el impulso y la guía del Espíritu Santo que no cesa de hablar a las Iglesias y, por otra parte, una constante inspiración "mariana" porque sabemos "que para Dios nada es imposible" y el "obra maravillas en nuestra pequeñez". Recordemos que como comunidad que está en Córdoba hemos identificado con claridad el llamado del Señor a ser una Iglesia contemplativa, eucarística, mariana y misionera.

Nuestra esperanza se apoya también en la actitud que hemos constatado en tantos adultos y jóvenes que han participado en la primera sesión de la jornada pastoral en las distintas zonas de nuestra arquidiócesis. Esa actitud ha implicado el esfuerzo por una mirada positiva, favorable, también el esfuerzo sincero por escucharse mutuamente, y el reclamo de un diálogo confiado, abierto, sincero.

Animados por el Espíritu y guiados por María debemos seguir cultivando esas actitudes interiores que nos hacen disponibles para ese intercambio y enriquecimiento mutuo entre adultos y jóvenes, convencidos que de él depende en una medida considerable la vitalidad de la comunidad eclesial y de su proyección en la sociedad.

Estamos persuadidos que una juventud sin horizontes, sin ilusiones, sin esperanza, es una juventud triste y expuesta a la seducción de propuestas vacías y mentirosas. Jesús, en cambio, quiere que todos -especialmente los jóvenes- tengamos vida y la tengamos en abundancia. Vida que se concrete y se exprese en proyectos y en realizaciones que enaltezcan nuestra condición humana, que hagan resplandecer nuestra dignidad de personas llamadas a ser hijos de Dios. No podemos ocultar ese tesoro.

Por eso, a los jóvenes presentes en esta celebración y a los jóvenes de toda la Arquidiócesis les digo y les decimos: "los necesitamos"."queremos escucharlos"."queremos ayudarlos a hacer realidad sus mejores sueños".

A todos, especialmente a los padres y madres de familia, a los docentes, a los agentes pastorales, les pido que trabajemos con confianza y entusiasmo con los jóvenes. Ellos merecen y esperan nuestra atención, nuestra dedicación y nuestro cariño.

Los invito también a abrazar con empeño la tarea de testimoniar el evangelio de Jesús en todos los ambientes de nuestra vida y de nuestra actividad. Como María llevemos a todos el alegre mensaje de Jesús. Así como ella, discípula y misionera de Jesús, lo llevó a casa de Zacarías e Isabel y fue fuente de bendición y de verdadero gozo para todos, así también nosotros con nuestra palabra, nuestro testimonio, con toda nuestra vida llevemos siempre a Jesús y seamos instrumentos de bendición y de alegría. Que así sea.
+ Carlos José Ñáñez
Arzobispo de Córdoba
(05. 10. 08)

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